San Ivo
Patrono de los Abogados
Patrono de los Abogados
En sus tiempos de estudiante oyó leer
aquella célebre frase de Jesús: "Ciertos malos espíritus no se alejan sino
con la oración y la mortificación" (Mc. 9,29), y se propuso desde entonces
dedicar buen tiempo cada día a la oración y mortificarse lo más que le fuera
posible en las miradas, en las comidas, en el lujo en el vestir, y en descansos
que no fueran muy necesarios. Empezó a abstenerse de comer carne y nunca tomaba
bebidas alcohólicas. Vestía pobremente y lo que ahorraba con todo esto, lo
dedicaba a ayudar a los pobres. Y Dios lo premió concediéndole una gran
santidad y una generosidad inmensa en favor de los necesitados.
Al volver a su tierra natal (Bretaña)
fue nombrado juez del tribunal y en el ejercicio de su cargo se dedicó a
proteger a los huérfanos, a defender a los más pobres y a administrar la
justicia con tal imparcialidad y bondad, que aun aquellos a quienes tenía que
decretar castigos, lo seguían amando y estimando.
Su gran bondad le ganó el título de
"Abogado de los pobres". No contento con ayudar a los que vivían en
su región, se trasladaba a otras provincias a defender a los que no tenían con
qué pagar un abogado, y a menudo pagaba los gastos que los pobres tenían que
hacer para poder defender sus derechos.
Visitaba las cárceles y llevaba regalos a
los presos y les hacía gratuitamente memoriales de defensa a los que no podía
conseguirse un abogado.
En aquel tiempo los que querían ganar un
pleito les llevaban costosos regalos a los jueces. San Ivo no aceptó jamás ni
el más pequeño regalo de ninguno de sus clientes, porque no quería dejarse
comprar ni inclinarse con parcialidad hacia ninguno.
Cuando le llevaban un pleito, él se
esmeraba por tratar de obtener que los dos litigantes arreglaran todo
amigablemente en privado, sin tener que hacerlo por medio de demandas públicas.
Así obtuvo que muchos litigantes terminaran siendo amigos y se evitaran los
grandes gastos que les podían ocasionar los pleitos judiciales.
Después de trabajar bastante tiempo como
juez, San Ivo fue ordenado sacerdote, y desde entonces, los últimos quince años
de su vida los dedicó totalmente a la predicación y a la administración de los
sacramentos. Consiguió dinero de donaciones y construyó un hospital para
enfermos pobres. Todo lo que llegaba lo repartía entre los más necesitados.
Solamente se quedaba con la ropa para cambiarse. Lo demás lo regalaba. Una
noche se dio cuenta de que un pobre estaba durmiendo en el andén de la casa
cural, entonces se levantó y le dio su propia cama y él durmió en el puro
suelo.
De muchas partes llegaban personas
litigantes a obtener que San Ivo hiciera las paces entre ellos y él lograba con
admirable facilidad poner de acuerdo a los que antes estaban alegando. Y
aprovechaba de todas estas ocasiones para predicar a la gente acerca de la Vida
Eterna que nos espera y de lo mucho que debemos amar a Dios y al prójimo.
Alguien le aconsejó que no regalara todo
lo que recibía. Que hiciera ahorros para cuando llegara a ser viejo y él le
respondió: - Y ¿quién me asegura que voy a llegar a ser viejo? En cambio lo que
sí es totalmente seguro es que el buen Dios me devolverá cien veces más lo que
yo regale a los pobres". Y siguió repartiendo con gran generosidad.
A principios de mayo del año 1303 empezó a
sentirse muy débil. Pero no por eso dejó de dedicar largos ratos a la oración y
a la meditación y a ayudar a pacificar a cuantos estuvieran peleados o en
discusiones y pleitos.
El 19 de mayo del año 1303 estaba tan
débil que no podía mantenerse de pie y necesitaba que lo sostuvieran. Sin
embargo celebró así la Santa Misa. Después de la Misa se recostó y pidió que le
administraran la Unción de los enfermos y murió plácidamente, como quien duerme
en la tierra para despertar en el cielo. Tenía 50 años.